EL CONJURO

Primer Premio 

I EDICIÓN NACIONAL LITERARIA DE MICRORRELATO Y RELATO CORTO SOBRE MITOLOGÍA DE LAS HURDES

VII REGILANDU DE MIEU

26 – 28 de julio 2024 Cambrón


EL CONJURO

Simón Planes

El tiempo se escapa. Se escapa como el agua que coges con la mano en un arroyo. Y no se puede volver atrás. Naces, creces, trabajas, te casas, tienes un hijo, te haces mayor, con suerte conoces a tus nietos, y te mueres. Por el camino te dejas sueños, ilusiones, pasiones por cumplir. Cuando eres joven, tienes miedo de tomar decisiones. Tienes miedo de enamorarte, de hablar con la chica que te gusta, tienes miedo de vivir aventuras o viajar a lugares desconocidos. Ahora, cuando eres mayor, te arrepientes de todas las cosas que no has hecho. Todas las oportunidades que han pasado por delante y has dejado escapar. Cuando me miro al espejo veo una persona desconocida, cansado, con ojeras y arrugas en la frente, me aborda la nostalgia y la melancolía, me atormentan los errores y fracasos de mi vida, me agobia la sensación de haberme perdido cosas. Yo quiero volver atrás, volver a empezar, hablar con aquella chica de clase que tanto me gustaba, volver a la universidad, estudiar una carrera que me guste, tener un trabajo que me ilusione. Necesito un conjuro.

Me gusta llegar a Las Hurdes por la ruta de Casar de Palomero. Salgo de Plasencia atravesando la dehesa extremeña, con bosques de encinas y jaras, cruzo el río Alagón por suaves colinas de olivos, y de repente, cuando paso Mohedas de Granadilla, aparece otro planeta: Las Hurdes. Se abre a mis pies un enorme y profundo valle que forma el río Los Ángeles. Abajo se ve Casar de Palomero entre montes de pinos, al fondo, asoma Caminomorisco a lo lejos. Cierra el horizonte enormes sierras puntiagudas con espesos bosques de acebos y tejos, con grandes cortafuegos que parten los montes como si fueran arañazos de un terrible gigante. El eterno ciclo de la naturaleza es el renacimiento, los árboles y las plantas mueren en invierno y renacen en primavera. La muerte no es el final, simplemente es el preámbulo de una nueva vida. Necesito la ayuda de una mujer sabia, el conjuro de una bruja hurdana.

En Caminomorisco paro a tomar un café. Me siento en una terraza, un gato ronronea y se roza con mis piernas. Me relajo. Muchas veces, acostado sobre la cama, observando la penumbra del atardecer, sueño con la infancia, con aquella cala de aguas tranquilas en la Roca del Moro, con el fondo del mar cubierto de piedras brillantes, la arena de la playa, el agua salada, la luz. Siempre llevo como amuleto una conchita de mar en la cartera.

En Vegas de Coria giro para seguir la cuenca del río Hurdano. El paisaje empieza a cerrarse, los montes son más escarpados, crece abundante brezo y cantueso entre los bancales de pizarra. En Nuñomoral me desvío para entrar en el curso del río Malvellido. Más que un valle, la carretera avanza por un estrecho desfiladero entre montañas. Veo abajo el famoso meandro que forma el río entre restos de viejos corrales y refugios abandonados en la montaña. Llego a El Gasco. La carretera termina en una pequeña plaza en la entrada del pueblo. El valle se cierra detrás de las pequeñas casas construidas con pizarra al estilo hurdano, apiñadas como un avispero en la montaña como si quisieran esconderse, o protegerse, del resto del mundo. El Gasco representa toda la esencia de Las Hurdes, una pequeña alquería hurdana aislada al final de un tortuoso y oscuro valle, un callejón sin salida. No hay cobertura de móvil ni conexión a internet. El lugar más indicado para cumplir el objetivo del viaje. Las zonas rurales de difícil acceso siempre han sido lugares apropiados para encontrar brujas.

Saco la bolsa de deporte del maletero. A un lado se encuentra el volcán de El Gasco. Una inquietante pirámide natural que se levanta misteriosa entre los picos de la sierra. Hay cumbres más altas detrás, donde cae el chorro de la Meancera, pero el volcán tiene algo que no se puede explicar, me atrae con una fuerza magnética. Empieza a caer la tarde rápidamente. No se ve mucha gente en la plaza. Unos cuantos gatos tumbados en portales. Un gato negro me mira fijamente. Empieza a levantarse un viento frío. La casa rural donde voy a hacer noche está en la calle principal, en la planta baja hay un Mesón Restaurante con un toldo blanco y una terraza. Toda la fachada está revestida de pizarra. En las dos plantas de arriba están los alojamientos. El dueño del negocio me da la llave de la habitación, es un hombre alto y recio, tiene los pómulos de la cara muy marcados y le faltan un par de dientes, me mira con unos ojos muy grandes.

El apartamento es grande y limpio, abro las ventanas y veo el enorme volcán delante, parece que fuera a caer encima de la casa. Me tumbo un rato en la cama. Cuando era niño, en verano, me acostaba por la noche con las ventanas abiertas. En la oscuridad se podía oír el silbido del tren cuando entraba en la ciudad. Me quedaba dormido pensando en ese tren, escuchando el lejano traqueteo de la ruedas sobre las vías, de qué ciudades lejanas vendría, qué personas llevarían sus vagones.

Me levanto y bajo a cenar. El mesón tiene una barra y varias mesas de madera, está un poco oscuro. En una esquina hay una tele encendida y debajo una estantería con piedras del volcán, se parece al carbón que regalan a los niños que se portan mal. Me gustaría hacer una excursión y subir hasta la cima para ver qué hay. Me siento en una mesa y miro la carta, se acerca la camarera con una sonrisa, tiene que ser la hija del dueño, pues tiene los mismos pómulos marcados y los ojos grandes. Hay un par de viejos riendo y pegando voces en la barra, la camarera me dice -¿te vas a quedar muchos días?-, yo sonrío y levanto los hombros. Me pido un bocadillo. Después de cenar me pregunta, -¿quieres tomar un chupito?-, y yo le contesto -venga, que sean dos-. Entra otro viejo en el bar y se queda mirándome sorprendido con los ojos muy abiertos, se sienta en una mesa sin quitarme ojo de encima. La camarera ha servido los dos chupitos y bebo el mío de un trago, sabe a licor de bellota, pero con mucho aguardiente. La camarera saborea el suyo lentamente. Me tomo otro chupito. La camarera se sienta en mi mesa, coge la botella y sirve dos chupitos más. -Es el sol y la luna- dice, y se estira el cuello de la camiseta, enseñándome un generoso escote con un tatuaje tribal, de esos que aparecen en los libros esotéricos, un sol y una luna en la misma esfera, cara cara, dándose un beso. Veo el sostén negro y unos pechos hermosos. -Cuidado, nos está mirando-, me dice en voz baja. Levanto la vista y veo en la puerta a un hombre con barba vestido con un mono de trabajo manchado de tierra, se está rascando la barba y mira hacia nuestra mesa. La camarera me dice, -es una persona horrible, mira esas manos tan grandes, llévame contigo, me iré donde tú quieras, seré muy feliz si puedo marcharme de este sitio para siempre-. Envalentonado por el alcohol, cojo la botella y digo en voz alta mirando a la chica -hoy se quedará conmigo a beber unos tragos-. El hombre se sienta con el abuelo del fondo y empiezan a hablar entre ellos sin dejar de mirar. La camarera me coge una mano suavemente por debajo de la mesa, me sonríe y bebemos los chupitos. Desde luego, no estoy acostumbrado a los licores caseros que sirven en los pueblos. Empiezo a marearme, quizá sea también el cansancio del viaje, un poco de sueño, el ruido de la tele, los abuelos gritando y riendo, el mesón parece que se mueve como un barco, la cabeza me da vueltas, intento levantarme y me sube una arcada hasta la boca, tengo que agarrarme a una silla. Oigo una voz que dice -ya podemos subirlo-.

Estoy tumbado en la cama de mi habitación. No siento las piernas, de cintura hacia abajo parece que no tenga cuerpo. Veo todo como en un sueño, a través de un velo. A los dos lados de la cama se agolpa una multitud de viejos, los abuelos del bar, el dueño, el hombre de la barba, todos van vestidos de negro y llevan una vela encendida en la mano. No parecen muy altos, pero sus cabezas llegan hasta el techo. Se empujan entre ellos para estar en primera fila. Al otro extremo de la habitación una figura envuelta en una capa negra con capucha camina hacia la cama entre una niebla espesa, sus pisadas suenan como si llevara zuecos de madera, la camarera le sigue con un libro enorme en una mano y una pluma en la otra. Los viejos cantan unos versos en un tono bajo y grave que repiten cada vez más alto. Alguien me ha hecho un corte en la mano, tengo sangre que cae por el brazo, con la otra mano estoy dibujando lentamente en el libro unos signos en una lengua desconocida. Los cantos infernales suben de tono. La camarera empieza a gritar, levantando los brazos en alto. La figura encapuchada se acerca a mi cabeza, su olor fétido y el humo de las velas no me deja respirar, tengo náuseas y un dolor agudo en el pecho. Mi cabeza parece que cae por un abismo. Todo se vuelve negro.

Me despierto con un fuerte dolor de cabeza y la garganta seca. Una cuerda me aprieta las muñecas. Abro los ojos poco a poco. Me encuentro en la Plaza Mayor de Plasencia. Estoy atado a un palo y los pies reposan encima de una gran montaña de leños. Una multitud de personas grita a mi alrededor, se oyen cascos de caballos y carruajes subiendo por la Puerta de Talavera. En el estrado de madera se encuentra un carcelero, vestido con unos calzones sucios de paño, justo enfrente se levanta una enorme grada de madera repleto de nobles y damas. El pueblo llano se agolpa por la plaza y por la corredera. Hay banderas con el escudo de Castilla colgadas de los balcones. De los portales del Palacio Municipal sale una comitiva con paso solemne. Abren paso unos alguaciles apartando a la multitud, detrás sigue el Alcaide, el obispo de Plasencia y varios dominicos. Uno lleva el estandarte de la Inquisición, con el blusón de Santo Domingo bordado en oro. Otro lleva una cruz de plata en lo alto. Detrás siguen varios nobles vestidos con capa negra y sombrero de copa alta. Cierran el paso una guardia de alabarderos con picas. La muchedumbre guarda silencio, el obispo comienza un sermón sobre la unidad de la Iglesia. Un alguacil lee en voz alta la sentencia -¡muerte en la hoguera!-. La marea humana entra en júbilo. El obispo se gira y me dice -por la potestad que me da la Santa Iglesia, te condeno por el delito de brujería-. Hace una señal con la mano y el verdugo sube al patíbulo junto a la montaña de leña. El público se remueve inquieto, crece la excitación. El verdugo acerca una antorcha y enciende la hoguera. El humo me hace llorar los ojos. Siento un calor enorme. Por muy extraño que parezca, me siento tranquilo. Tengo recuerdos que no han ocurrido todavía, dentro de mucho tiempo voy a renacer y haré un viaje a El Gasco para subir al volcán y descubrir su secreto ¿quién soy?¿soy un brujo?¿un hereje?¿acaso un zajoril de Las Hurdes?¿o soy el niño que juega en la playa buscando cangrejos entre las rocas? Las llamas queman las ataduras de las muñecas y al sentir una mano libre, busco en el bolsillo de los calzones la conchita de mar que siempre llevo encima. Cierro los ojos.




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Fecha de registro 7 ago. 2024 14:34 UTC
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