CALIPSO

Bosquecillos de alisos, álamos negros y cipreses, con búhos, halcones y cuervos marinos posados en sus ramas ocultaban la gran cueva de Calipso. Una parra retorcida rodeaba la entrada. Allí la bella Calipso dio la bienvenida a Ulises cuando saltó a tierra tambaleándose y le ofreció comida abundante, bebidas embriagantes y una parte de su blando lecho.

“Si te quedas conmigo -le dijo- gozarás de la inmortalidad y de una juventud eterna”. Calipso retuvo a Ulises en la isla de Ogigia durante siete años y trató de hacerle olvidar Ítaca, pero él se cansó pronto de sus abrazos y solía sentarse abatido en la costa, mirando fijamente el mar.

Por fin, aprovechando la ausencia de Poseidón, Zeus envió a Hermes con la orden de que Calipso dejara en libertad a Ulises. Ella no tenía otra opción más que obedecer, y en consecuencia le dijo que construyera una balsa, que ella le abastecería suficientemente con un saco de cereal, odres con vino y agua y carne seca.

Sin necesidad de que le alentara, Ulises improvisó una balsa con una veintena de troncos de árbol enlazados, la botó en el agua con rodillos, dio un beso de despedida a Calipso y partió empujado por una suave brisa.

CALIPSO

«Los mitos griegos» de Robert Graves

con María Talaván y fotografía de Simón Planes